Hablemos de El regreso de Don Quijote de Chesterton y de la atroz actualidad de este clásico...
“Dicen
que es utopía y están en lo cierto. Dicen que es idealismo y están en lo
cierto. Dicen que es Quijotismo y están en lo cierto. Cada uno de estos nombres
indica de modo correcto que la justicia ha sido arrojada del mundo.”
El
regreso de Don Quijote
es una de esas novelas en las que uno ve reflejado a la perfección todo ese
pensamiento crítico que conecta con la actualidad más acuciante y desoladora,
que no es más que la actualidad de un pasado que fue ganando su futuro hasta
llegar a este presente cambiando solamente de collar y ladrando en el mismo
tono. Y es que G.K. Chesterton, escritor
y periodista británico, “príncipe de las
paradojas” y autor de magníficas novelas como El Napoleón de Notting Hill
(1904), El hombre que fue jueves (1908) o los relatos del Padre Brown, nos da una tremenda lección
de historia y sociología con la vuelta del personaje cervantino, reconvertido
genialmente en carismáticos caracteres modernos.
Chesterton
es un autor único, altamente disfrutable, de particular estilo y desbordante
imaginación, disparatado en la forma y contundente en el fondo, de cuyas obras,
no muy leídas actualmente en el mundo hispano, se extraen impagables enseñanzas
sobre la sociedad, la historia y el ser humano, a través de puntos de vista tan
ingeniosos como clarividentes, enmarcados en relatos siempre originales e
imaginativos. Idealista y vital, el escritor británico propugnaba el distributismo
frente al capitalismo privatizador y al socialismo estatal como garante de la
justicia social, haciendo una férrea defensa del hombre corriente y las
cuestiones cotidianas desde una perspectiva recogida por su cristianismo
militante y preceptos filtra a través de la razón, la historia y la experiencia,
sin un ápice de teología en sus inteligentes argumentaciones.
El
autor de El regreso de Don Quijote
fue un defensor de la sensatez frente a un mundo moderno regido por la locura,
pero ante todo un hombre optimista y sencillo, lleno de ingenio: “debido a que yo era una de las pocas
personas en un mundo de diablismo que realmente creía en los diablos”. La
sagacidad de sus novelas y trabajos periodísticos, sobre todo con esta obra
publicada en 1926, nos confirman las sospechas de que la sociedad moderna no ha
cambiado en su base desde que comenzara el siglo XX, con las mismas castas, las
mismas cuestiones y los mismos problemas, hoy más a flor de piel que de
costumbre. Para Chesterton, no solo la
razón, sino el arte, la imaginación, el misticismo y la experiencia son las
herramientas fundamentales para conocer el mundo. Todo ello lo reflejará de
forma magistral en una de las novelas más divertidas del siglo XX.
El regreso de Don
Quijote es notable no
solo por las cuestiones planteadas, sino por la riqueza de sus personajes, que
encarnan de una u otra forma el ideal quijotesco expresado de fondo. Con la
premisa de que "loco es aquél que lo
ha perdido todo menos la razón", donde la paradoja está en que el
hombre que se basa exclusivamente en la razón para conocer el mundo crea ideas
irracionales o poco racionales y por lo tanto injusticias a tutiplen, Chesterton nos embarca en un relato único en el que
destacan de manera especial dos personajes: Michael Herne, bibliotecario ensimismado en su mundo de experto en
la cultura hitita y ajeno a la sociedad moderna, al que convencen para representar
el papel de rey medieval Ricardo Corazón de León, y Murrel, un noble disoluto que personifica al moderno Don Quijote y es
como el señor Lobo de Tarantino, ya que además de deshacer los enredos del
resto de los quijotescos personajes, entre los que se cuenta un sindicalista
del eterno sector minero británico –al que el autor encumbra–, dos bellas
mujeres y algunos personajes de la aristocracia –a la que no deja bien parada–,
representa la quintaesencia del Quijotismo y es el auténtico héroe de la novela.
Puede
decirse que El regreso de Don Quijote
es una novela de ficción sociológica que conecta sorprendentemente con nuestro
presente más actual e inmediato, por sus planteamientos, sus conclusiones y su
criterio. La reflexión que suscita la lectura por medio de unos valores e
ideales basados en la humanidad es bien esclarecedora. Partiendo del bufonesco
golpe de estado para instaurar una sociedad medieval emprendido por Herne y
apoyado por los aristócratas tras la representación teatral, comienza una
historia extraordinaria en la que, para imponer la lógica y el sentido común,
se llevan a cabo acciones disparatadas y absurdamente épicas, en un juego de
maravillosas paradojas que representan el sello más característico del universo
creativo de Chesterton, que en boca de uno de sus personajes sentencia: "La locura" puede ser el procedimiento más
taxativo para recobrar el sentido del orden moral”
Y
es que, la locura y la política, entendida como modelo que rige una sociedad,
se entremezclan en esta genial novela, en la que la sombra del reciente
fallecido poeta Leopoldo María Panero*, loco clínico en su historial médico,
pero el más cuerdo de los ciudadanos a través de sus discernimientos sobre la
sociedad y el español medio, planea sobre algunas de las aseveraciones
arrojadas por medio de distintos caracteres como el de Murrel o Herne, que con
su quijotesca pantomima para imponer la justicia medieval ofrece una visión tan
actual de la situación que no puede menos que sorprender al lector:
“Esta
vieja sociedad es al menos veraz. Ustedes, en cambio, viven atrapados en una
maraña de mentiras. Y no puedo negar que fuese una sociedad imperfecta o que no
estuviese marcada por el dolor. Pero llamaba a la imperfección y al esfuerzo
por su propio nombre. Usted acaba de decirlo: esa sociedad la componían
déspotas y vasallos. Cierto. Pero no faltan hoy las injusticias o la coacción,
y nadie se atreve a hablar de ello en cristiano. Podemos defender cualquier
cosa a condición de que la llamemos por otro nombre. Tenemos un rey, pero –que
quede claro– no tiene derecho a ser rey)”
¿Hablando
ya del poder político y de manipulación de los eufemismos en la década de los 20? Incluso algunas de las frases
más particulares de la obra pueden asemejarse a la situación actual de un país
como España, tan sumido en todos los productos de una sociedad regida y
controlada por el liberalismo más carnívoro, en el que la figura del rey es
también otra de las herramientas de control ilegítimas de una sociedad abocada
a su ruina colectiva por seguir el perverso juego de los hilos que la mueven. Chesterton
promulgaba ya en la Inglaterra de hace un siglo el “control para los políticos, pues es evidente que quienes controla a la
población deberían ser controlados a su vez, y un Estado en el que no rigen más
principios que las reglas laborales o el miedo a perder un puesto de trabajo,
donde el temor supremo es la ley, no puede ofrecer sino una estabilidad y
seguridad”.
Las palabras del idealista autor hablan hoy por sí mismas y
adquieren más sentido que nunca, por lo que El regreso de Do Quijote puede que
sea hoy una de las novelas más actuales y potentes que alguien pueda leer. Murrel,
también llamado durante la obra “El Mono”
por algún extraño motivo, sentencia entre sus páginas: “Políticos: clase de personas que pueden imponer lo que ellos están
libres de sufrir” y en su transgresora cruzada ideológica lapida con certeras
frases como “Nadie se convierte en
un ladrón por tratar con gente de baja estofa. Al contrario, es la afición a la
clase alta la que suele hacer a los ladrones” ¿Quién
es el loco o quién el ladrón pues? Herne, nos hace salir de esa duda con sus
acciones ilógicas para imponer una lógica aplastante pero tan difícil al
parecer de ser preclara para el conjunto
de la sociedad:
“En la Historia, no hay revolución que no sea
en el fondo restauración, y una de las notas que caracterizan a la civilización
moderna y su devoción del futuro es el temor a la grandeza de nuestros
antepasados. El hombre encuentra la vida ahí, entre los muertos, gracias a esos
ideales que no se llevaron a cabo y que quedaron inconclusos pero que ya
existían en la Edad Media. Mirar las realidades del pasado como un ámbito no
adaptable es el gran error de nuestro tiempo. La primera libertad que se ha de
defender es la de poder restaurar algo si nos parece mejor de lo que estamos
haciendo. La humanidad no ha pasado por la Edad Media sino que se ha retirado
de ella “
La
crítica contenida en El regreso está,
en la actualidad, tan viva o incluso más aún que el día de su publicación en
1926, por lo que la reflexión es inevitable y su disfrute ineludible, actuando
como un espejo maravilloso que no deja de darnos señales e indicar algunas
direcciones que tomar, tanto a modo personal como colectivo:
“Cuando
se quiere adular al obrero o al campesino se dice de él que un auténtico
caballero, lo que es tanto como afirmar que se trata de un legítimo vizconde
(…). Tenemos maestros que rehúsan enseñar –lo cual es sintomático de otro tipo
de adoctrinamiento– y también doctores de la divinidad que reniegan de lo
divino. En suma, nada más que cobardía vergonzosa y vergonzante. Hoy todo
prolonga su existencia renegando de existir”
Y
es en esa reivindicación de la locura para salir de una situación alocada, en
los actos quijotescos, en la puesta en marcha del idealismo más épico, donde se
encuentra la clave para desenredar la madeja que la guerra dialéctica y los
diabólicos tejemanejes del poder político y económico han provocado infectando
con sus conceptos de estado a la población, pues no es el loco social, como el que vive detrás del espejo y encuentra un mundo al revés, el contenedor de esa locura, sino quienes
practican el pensamiento y la forma de actuar modelo impuesta por el estado y
sus dirigentes:
“Este hombre está loco y no es de poca monta
el peligro que se corre permitiendo que un desequilibrado vea hecha realidad
sus sueños. Aunque, también, la locura de un hombre, puede en ocasiones
conducir a la cordura de toda una sociedad*”
Es
la expertocracia,
en la que se apoya el Estado y su “Democracia” para imponer a toda la población
y a toda una civilización su pensamiento restringido, pues, como bien sabe Chesterton,
el político y los poderes fácticos necesitan de su labor para controlar
cualquier conato de clarividencia, que inmediatamente será juzgada como locura y tenida en cuenta como dogma de
fe para la colectividad atrapada en sus redes:
“El
tipo humano más peligroso que ha alumbrado la sociedad moderna es el experto.
La expertocracia fomenta la esquizofrenia del doble significado de las cosas,
por ejemplo, emplea la palabra salud para promover una frenética campaña contra
el alcohol al mismo tiempo que fomenta en la misma escala medidas de eugenesia.
La expertocracia es el arma fundamental con que la sociedad moderna sabe oprimir
a la gente. Participan en su gremio nuevos predicadores y evangelistas
científicos. La democracia se convierte
así en una nueva forma de explotación”
Es
por eso que Murrel, en su heroica y épica acción quijotesca, se ve en el deber
de desenmascarar a los verdaderos locos en un episodio sublime y espantosamente
divertido acaecido en uno de los manicomios del Londres urbano (“No sé dónde va a ir a parar este mundo.
Supongo que enviarán a los locos a capturar a los locos, siguiendo el principio
de que un ladrón debe atrapar a otro ladrón”). Y es por lo mismo que Herne disecciona
penetrantemente con su absurdo quijotismo encarnado en lo medieval, tan lógico
que parece absurdo (de nuevo la paradoja), una sociedad podrida y en proceso de
enloquecimiento, que, es la sociedad de hace un siglo y, en definitiva, la
sociedad en la que hoy nos vemos inmersos, con sus mismos problemas e, incluso,
con sus mismos errores:
“Por lo que yo sé de la historia medieval, el error de Don Quijote fue haber cargado contra los molinos cuando a quienes debería haber acometido era a los molineros. El molinero ha sido siempre el primer mesócrata de la historia medieval”
“Por lo que yo sé de la historia medieval, el error de Don Quijote fue haber cargado contra los molinos cuando a quienes debería haber acometido era a los molineros. El molinero ha sido siempre el primer mesócrata de la historia medieval”
© David de Dorian, 2014
(Ilustración: Alessandro Gottardo)
Publicar un comentario