Hablemos del Infrarrealismo con Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro...


Estoy escribiendo una novela donde tú te llamas Ulises Lima. La novela 
se llama Los detectives salvajes” Carta de Bolaño a Papasquiaro

México D.F. 1970. Para recuperar a la juventud mejicana tras el desastre del gobierno represivo impuesto por Díaz Ordaz, entre cuyas lúgubres hazañas destaca la Matanza estudiantil de Tlatelolco en la Ciudad Universitaria de la UNAM, el nuevo presidente, Echevarría Álvarez, impulsa una serie de becas culturales a través de las universidades y demás instituciones públicas. Eminentes escritores como Augusto Monterroso apoyan la iniciativa. La Universidad Nacional y la Metropolitana (UAM), sin olvidar la implicación del presidente en la llamada Guerra Sucia, disponen de la oportunidad sin dejarla escapar, surgiendo así la creación de talleres literarios en sus facultades de letras, en las cuales, la poesía, la narrativa, el ensayo o el teatro toman un auge inusitado que despunta por medio de varias revistas como Punto de Partida o la más combativa Poesía MIlitante. Es al final de su gobierno, con la efervescencia de los talleres literarios en la capital mexicana, cuando nace el Infrarrealismo.
                                                                                  
Roberto Bolaño, que llega desde Chile a Ciudad de México en 1968, conoce a Mario Santiago, luego Papasquiaro, en el Café La Habana (c/ Bucareli esquina con Morelos), –ese local del que se cuenta Fidel Castro y el Che planearon la Revolución cubana– y juntos comienzan su particular revolución infrarrealista y uno de los movimiento poéticos esenciales de la reciente historia literaria de Hispanoamérica. Los contactos con poetas afines no se hacen esperar Se organizan reuniones periódicas en casas particulares como la del poeta José Vicente Anaya, hasta que el grupo se conforma oficialmente en el año 1975, en una de esas míticas quedadas organizadas por Bolaño, a la que asisten aquellos que formarían parte del nuevo movimiento. Anaya anota a los fundadores, en total una veintena de nuevos poetas dispuestos a renovar las letras, las visiones y las actitudes, escribiéndose un primer manifiesto infrarrealista, de nuevo por Bolaño:

Si el poeta está inmiscuido, el lector tendrá que inmiscuirse

Bolaño y Papasquiaro son la cabeza visible del Infrarrealismo, entre cuyas filas militan en este primer momento autores como el mismo Anaya, Ramón Méndez Estrada, Rubén Medina, José Rosas Ribeyro, Mara Larrosa o Lisa Johnson. El grupo sostiene que la poesía debe ir ligada a la vida real y alejarse de intereses puramente especulativos, mientras presume de un renovador vitalismo poético que choca frontalmente con cultura oficial del momento. Negación de lo establecido y actitud contestataria. Nada nuevo bajo el sol hasta ahora. O sí. Porque la importancia del Infrarrealismo no se encuentra precisamente en su propio presente sino en su necesaria retrospectiva. Como con otros movimientos artísticos importantes, ha sido la perspectiva que da el paso del tiempo la encargada de dar valor al Infrarrealismo. Un hecho clave da el empujón definitivo a la revalorización del movimiento: la publicación, en 1998, de Los detectives salvajes, con un Bolaño ya afincado en Cataluña. 

Su rebeldía, llevada a cabo a través de una serie de conflictos y tajantes actividades, como el plan de secuestrar a Octavio Paz o los frecuentes escraches poéticos, narrados en la novela, les valió la excomunión del mundo de las letras y un rechazo generalizado que los sumió como grupo en el descrédito y, en ocasiones, en la censura, arrojándolos al olvido durante dos décadas, cuando Bolaño, que era mejor novelista que poeta, cuenta en Los detectives la historia de aquella historia y sus héroes, disfrazándola bajo el nombre de Realismo visceral. En 1977 Bolaño, propiciado por la ruptura con Johnson, marcha a Barcelona y Papasquiaro hace lo propio partiendo hacia París, dando así carpetazo a la primera y más importante etapa del movimiento infrarrealista. 20 años después, el Infrarrealismo adquiere fama internacional con la novela de Bolaño. Los estudios no se hacen esperar.

Y de aquella arqueología literaria aparece Pájaro de calor. Ocho poetas infrarrealistas, su evangelio lírico más testimonial; una antología publicada en 1976, año culmen del movimiento, después del éxito de anteriores lecturas “infra” en La Casa del Lago y en la Librería Gandhi y tras reventar algunos eventos literarios. La polarización de la cultura mexicana había entrado en escena. Desde entonces, la cultura oficial, representada por cualquier asesoramiento estatal del gobierno de Echevarría (PRI), y la popular, que atesoraba el sueño revolucionario izquierdista de aquella década, seguirían su camino por sendas antagónicas que no llegarían a tocarse. Si Octavio Paz y otros de sus jóvenes, protegidos y becados poetas anidaban en una orilla con su compraventa de talento, en la otra, Efraín Huerta era considerado una figura cercana.

La influencia de la Generación beat de Kerouac y compañía, digerida por medio de la revista El corno emplumado, sale a la luz, junto a los poetas Pop de Liverpool o la Generación Eléctrica francesa. Pero es la manera de afrontar el acto poético la esencia del movimiento, su actitud ante la vida y lo oficial, no una manera de escribir poesía, la necesidad de liberarse de las convenciones y los límites de la sociedad del momento. En cuanto al poema, la experiencia es el sagrado timonel que conduce al verso: 

La entrada en materia es ya la entrada en aventura: el poema como un viaje y el poeta como un héroe revelador de héroes. La ternura como un ejercicio de velocidad. Respiración y calor. La experiencia disparada, estructuras que se van devorando a sí mismas, contradicciones locas.

Bolaño asume con su poesía voces dispares y un punto fresco y juvenil, desinhibido e imaginativo, utilizando cierto humor negro, desde un diálogo con un maniquí hasta el ruego vital de una chica que le habla a su novio en Enséñame a bailar:

Enséñame a bailar
a mover mis manos entre el algodón de las nubes
a mover mis piernas atrapadas por tus piernas
a conducir una moto por la arena
a pedalear en un bicicleta bajo alamedas de imaginación
a quedarme quieta como estatua de bronce
a quedarme inmóvil fumando delicados en ntra. esquina
(…)
enséñame a abrir las piernas y métemelo
contén tu histeria dentro de mis ojos.
                                                                   (Pájaro de calor)


Por su parte, Mario Santiago Papasquiaro cultiva una poesía tan original como intensa y repleta de arduas metáforas, con un estilo provocador y audaz, así como múltiples referencias a la percepción, el viaje y la cultura pop, como se puede comprobar en San juan de la Cruz le da un aventón a Neal Cassady/ En la frontera entre el mito & el sueño:   

La carretera se pandea rumbo al centro de su propio  :incendio centrífugo
           Tijuana se desvanece flotando bajo la mollera del ojo
Esquirlas de cabaret & colchón empujan la estela
de duendes que preña la ilusión de este instante
En el radio: Jim Morrison traga esporas crecidas
                             en la cicatriz del diluvio
Este puente mental va al volante
Estrellado el afuera & adentro
Verde mota la selva
El destino rodando
Todo ser & hasta en zancos escupe ovnis bordados
con alas de las más locas luciérnagas
Es de noche / & en carretera / & volando
Los Doors con los dientes hacen realidad su voltaje
El cuerpo del alma se baña en el viaje
El centro se curva
La curva es salvaje
La carretera es Dios mismo
Cada ganglio / cada trozo
resbala: se esfuma
El pie va braceando
La mente desyerba la euforia del eco.

© David de Dorian, 2014 

Ilustración minimalista



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