Hablemos de la obra y la figura del "maldecido" Eduardo Haro Ibars, el poeta maldito de La Movida madrileña...
“Decir adiós nunca es bastante / hacen falta cristales de Venecia (copas llenas de oscuro estremecido / guante de piel te quiero)”
Eduardo Haro Ibars no se
consideraba un personaje maldito, sino un “maldecido”. Poeta, melómano,
precursor del movimiento gay en España y adicto de todo tipo, Haro Ibars
pertenece a esa última generación de españoles que luchó en la clandestinidad
contra el franquismo durante los últimos años de la dictadura y que pudo firmar
el ocaso de su juventud en un ambiente de libertinaje y nuevas experiencias
que, a finales de la década de los 80, pasaría factura a muchas personalidades
de la cultura surgidas en aquellos años.
Que el primer libro
publicado por Eduardo Haro Ibars
fuera un ensayo sobre el Glam Rock (Gay Rock, 1974), en auge en aquellos
momentos, nos pone en la tesitura de encontrarnos ante un escritor metido de
lleno en los fenómenos pop de la cultura juvenil de su tiempo, de los que, como
buen melómano, tampoco escapó el punk. Punks y punkettes, salid de vuestras
alcantarillas, artículo publicado en el semanario Triunfo (24-2-1979) y quizá seminal de La Movida Madrileña, es un vivo reflejo de la efervescencia con la
que el poeta, ante la desidia de un país aún a la sombra del
nacionalcatolicismo, se agarra a los nuevos revulsivos existenciales.
“Cuando los punks y los punkettes reconstruidos salgan del laboratorio que cualquier doctor Frankenstein tiene instalado en una alcantarilla, podremos empezar a divertirnos”
Con la Movida forjándose a
paso indomable, Eduardo comienza su carrera como poeta y cronista del nuevo
movimiento. Pérdidas blancas (1978) es su primer poemario, seguido de la
caterva vampiresca/sexual de Empalador (1980), Sex
Fiction (1981) y En rojo (1985), quizá su volumen más
importante por lo que de testimonial supone. En todos ellos queda patente ese
gusto ya clásico –que no digerido por un amplio público– por lo
autodestructivo, lo marginal, la locura, el libertinaje, lo urbano, el exceso,
lo nocturno, el suicidio o las drogas, llevado a cabo a través de un imaginario
y un lenguaje tan potente como surrealista que lo conectan con la poesía de la
generación beat y diferentes
vanguardias.
“Por las calles vigilan enemigos de un tiempo que antes estaba vivo/ y los templos dormidos se estremecen en brillos/ Ametrallada la noche/ se descubre sin horas/ y engarza en los cuerpos”, fragmento de Ballenas perfumadas.
El mundo de las drogas, en
especial el consumo de heroína, que asoló al país durante los 80, aparece de
manera explícita en su último libro. Un tema que ya había abordado en “¿De qué van las drogas?” (octubre 1978)
de la manera más honesta y lúcida, y que su amigo de correrías Leopoldo María Panero, ya había introducido en la poesía española.
De ese magnífico texto divulgativo
para la revista Ozono se desprenden
las dos constantes más esclarecedoras de la personalidad y la obra de nuestro
poeta. La primera es su faceta de cronista y su singular visión crítica, con
acertadas reflexiones en torno al tema, que se comienzan a atisbar con claridad
ahora, después de algunas décadas, a través de recientes artículos compartidos
a mansalva por las redes.
“La heroína se está convirtiendo en un perfecto instrumento de control por parte del Poder. Es utilizada para embrutecer, para violar el espíritu de quienes la consumen, para crear un nuevo conformismo: el usuario habitual de heroína es alguien que no plantea demasiados problemas, siempre que tenga resuelto el alimentar su hábito. Y, por el momento, lo tiene. Como ya he dicho, es muy fácil de conseguir, e incluso barata. Exige algunos sacrificios, claro: el integrarse en un sistema cerrado de consumo y venta, con muy poco tiempo para dedicar a otras cosas, es uno de ellos.”
La segunda es la conclusión de
que Haro Ibars –como muchos otros desde entonces en las letras españolas– ejerció siempre un malditismo voluntario y sistemático, en
el que se caminaba por el mundo de lo marginal sobre mojado y de una forma
no del todo inconsciente ante sus posibles consecuencias, más propio de una
visión romántica burguesa y de condición desahogada que de un alma perdida o
vapuleada por los avatares del destino. No en balde, el poeta gozaba de una
cultura literaria más que amplia, que giraba en torno a las personalidades más
oscuras y transgresoras, entre las que se incluían figuras del rock como Lou
Reed, Jim Morrison y –cómo no – David Bowie, y había conocido en persona a
históricos como Francis Bacon, Paul Bowles o William Burroghs durante su
adolescencia en Tánger.
Y es que lo que Haro Ibars
tiene de marginado y maldito lo encontramos tras los posos que el tiempo ha ido
dejando sobre su persona con el devenir de la historia de la cultura de nuestro
país, en el que su obra no ha gozado de una difusión acorde a su relevancia y
su figura ha sido arrinconada y olvidada hasta quedar relegada como mero
escritor underground. A diferencia de
su coetáneo, compañero (de tantas cosas…) y a la postre rival Leopoldo Mª
Panero, generosamente publicado, Haro Ibars se ha convertido en un verdadero
autor de culto y su total ausencia en cualquier antología poética desde los
años 70 constituye otro de los capítulos vergonzantes de tanta literatura española auto-perdida. Panero
opinaba al respecto:
“Fue uno de mis maestros a nivel vital, uno de esos seres que practican la maldición metodológicamente. El problema es que como escritor era muy malo. Quizá Empalador está bien, pero fumar drogas y hablar de vampiros me parece que no representa ninguna calidad intelectual”
Pero durante esa etapa
dorada para tantas cosas que fueron los años 80, el poeta, que además de
apreciado se daba a conocer como narrador con la publicación de El
polvo azul. Cuentos del mundo eléctrico (1985) –una colección de brillantes
relatos de ciencia-ficción– colabora para diversos medios de comunicación y ve
sus versos musicalizados por bandas emblemáticas como La Orquesta Mondragón o Gabinete Caligari.
Afianza así la conexión con el rock como elemento distintivo de su obra y en particular
con lo experimentado en Madrid desde que La Movida solo fuera un puñado de rebeldes
diseminados con ganas de juerga y lo empujaran a formar parte de Gelatina dura (“allá tras las montañas de gelatina dura”, de Empalador) junto a su hermano y Jaime Urrutia, mezclando su poesía recitada
con la música de estos. No es de extrañar que su trayectoria y su indispensable
aportación fuese reconocida con el premio más suculento de la época en la
capital para todo jovenzuelo roquero, el Micrófono de Oro, otorgado por la
mítica sala Rock-Ola.
Sin embargo, el
reconocimiento que por fin parecía estar consiguiendo se vio truncado por su
muerte en 1988, tras una larga noche empapada de morfina, a la edad de 40 años,
como si por un afán del destino su figura tuviera que desvanecerse al tiempo
que se desvanecía totalmente el sueño de La Movida, la libertad y la diversión
que auguraban los años posteriores a la llamada Transición española. Dice José Benito Fernández, autor del ensayo
Eduardo
Haro Ibars: los pasos del caído (Ed. Anagrama), que nuestro personaje
era una oveja negra más de familia bien y que, producto de su ignorancia, fue
víctima del caballo y de los excesos, o sea, sida. Pero sobre todo apunta su tremenda visión
cultural y su carácter transgresor.
“Cuando la gente luchaba contra la dictadura, él ya estaba de vuelta de todo y hablaba de homosexualidad y drogas. Y cuando todos iban de modernos en la ‘movida’, él se hizo trotskista y hablaba de la revolución. Era un provocador. Un niño prodigio con una formación y unas lecturas increíbles.”
Tal vez, la mejor
puntualización para comprender la esencia de este escritor “maldecido” y
olvidado que llegó a declarar no haber tenido más experiencia en su vida que la
de “perder, perder y perder", venga de parte de Luis Antonio de Villena, que en Madrid ha muerto y Malditos
hace protagonista a su amigo Haro Ibars bajo el nombre de Emilio Jordán,
sentenciando su actitud autodestructiva al parafrasear acertadamente a Sartre en alguna de
sus páginas:
"Lo
peor de estar junto a un precipicio no es que puedas caerte, es que puedas
tirarte".
Una evocación
¿Pero es que alguna vez nos
hemos visto?
Llovían rombos creo sobre el
monte más viejo
se escuchaban los gritos y
los cantos
de los coches más rojos y
las tardes más leves
Cuando en cegueras delicadas
frías
(pavos de un agua triste o
de un cadáver tenso)
creímos encontrarnos en los
rabos del tiempo
Yo me inventaba un árbol
donde ahorcarme
tú convertías el silencio en
salmos
arquitectura helada de
pasillos secretos
Y las palabras eran luces
blancas
invención de fantasmas y
vestigios
¿Pero es que alguna vez
hemos estado
juntos en un desierto o en
un cuento
en un bar luminoso y sin
espectros?
Ahora ya no lo creo
pienso haber caminado como
un zombi
por la empinada calle de las
copas
(Como ya estamos muertos
los escaparates del espacio
las farolas que suaves
aterrizan
no son más que recuerdos de
este mundo
al que llamamos nuestro)
¿Pero es que alguna vez nos
conocimos?
Las brujas intentaban
alaridos/diamantes
para poner sus puntos y sus
comas
en nuestro raro diálogo de
muertos
Nada que hacer El polvo con
el polvo
iba por avenidas de algodón
supongo que hoy reniegas del
fantasma
que he sido siempre para ti
–yo guardo
en un rincón sin sueños
fotografías heladas
relámpagos de fresa en los
espacios fríos
Y es que este sol ya no
tiene sentido
El muchacho eléctrico
Para Eugenio, Jaime y
Fernando, en
un albor de inventos
sonoros.
ciertas formas de bar
caliente diorama
siempre avanzamos en
círculos polifonía estrecha
Madrid se estremece como un
animalito
es agua Asesinado el
Muchacho Eléctrico en cualquier parte
sólo queda lo gris lo
submarino
infinitos gaseosos en torno
al Bar Humano
bola contra bola de metal
asesino
las glándulas generan
recuerdos como aquellos
labios muertos Lotte Lenya
sonríe desde su viejo cliché
una estatua otra estatua y
mil estatuas
o sombras o recuerdos luces
y pulsaciones
de un astro en la ventana
y hay cuerpos muy calientes
lo recuerdas
sin matriz así la mano
blanda
se retuercen los pocos que
están ahí copulan
mueren los ciegos en sus
garitas transparentes
entrañas arrancadas y olor a
niebla matinal sin sangre
bocas abiertas a las puertas
de un solo
que no calienta más que
mármoles
sus piernas milagro de leche
y un libro abierto recuerda
él ya murió se lo dijimos es
la cámara de torturas un lugar sombrío
junto al monte de Venus
-verdad del rinoceronte
junglas de terciopelo- no no
recuerdas nada
pero existe una línea
directa tendrás pecho y vientre
crepúsculos de muchacho
eléctrico una bandada de ojos oh qué lejos
nubes vendidas al mejor
postor en los escaparates ciudadanos
es todo igual
y siempre habrá cerveza en
tus cabellos
© David de Dorian, 2014
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